La pulsión en el lazo social
Ediciones Kliné - Ediciones Oscar Masotta, Bs. As., 2019
Autores: Osvaldo Arribas, Andrés Barbarosch, Noemí Ciampa, Verónica Cohen, Norberto Ferreyra, Alicia Hartmann, Ursula Kirsch, Jorge Linietsky, Patricia Mora, Marta Nardi, Gustavo Pita, Alicia Russ, Noemí Sirota enero, 2020De la lectura de trabajos provenientes de otros discursos se nos hizo evidente que el concepto de pulsión no estaba claro. La pulsión con frecuencia se encuentra reducida a los “bajos instintos” y a la “terrible” pulsión de muerte responsable de poco menos todas las calamidades que afectan a la humanidad. La pulsión, con su empuje constante, su eterna insatisfacción, su perentoriedad, su carácter, parece una amenaza indomable que hay que tener a raya o en lo posible eliminar.
Siempre empujando al más allá del principio del placer nos introduce en el campo del goce. Pero tenemos que tener en cuenta que sin la pulsión no hay lazo social. Anclada en el cuerpo y marcada por el significante es nuestro instrumento por excelencia para relacionarnos con el otro. Es más, es el único instrumento que bordeando nuestros agujeros corporales los hace zonas erógenas y como resultado de esa operación tenemos lo que llamamos con cierto júbilo “nuestro cuerpo”. Y sin cuerpo no puedo hablar y sin acceder al lenguaje ‒del tipo que sea‒quedo reducido a ser solo agujero sin el otro, lo que podría ser tal vez una buena definición del autismo.
Una observación: Freud planteó tempranamente la problemática de la pulsión y el objeto. Con el objeto a introducido por Lacan ‒teniendo en cuenta que no es el objeto de la pulsión pero que posibilita la operación de los cuatro objetos pulsionales‒ se nos abren nuevas perspectivas que de algún modo u otro están tomadas en las clases de este curso. El objeto se despliega en estas reuniones tomando diferentes lugares que hacen al decir analizante: objeto en la demanda, en el deseo, en el fantasma, en el espejo, en la pulsión, en relación con el otro y con el Otro, como plus de goce, como causa, etcétera.
No es necesario buscar la pulsión en ningún lugar especial ya que ella anima nuestra vida cotidiana. Por ejemplo, la materia fecal, material pulsional entre otras, es la base del don con, y a través del cual, se sostiene la relación con los otros. En esta misma vida cotidiana puede irrumpir nuestro placer y nos puede inundar de angustia, al mismo tiempo que ella ‒la pulsión‒ es la que nos hace hablar: es la materialidad de lo que llamamos goce fálico. Según Freud ella no ama ni odia, pero no puedo amar ni odiar sin su soporte. Es lo que le hago al otro y me hago hacer por el otro: lo como con los ojos, lo escupo, lo destrozo cuando hablo, hablo poco o mucho, escucho poco o mucho… o me doy cuenta de todo esto y puedo imprimirle otra orientación a esta pulsión que me domina y sin la cual no puedo existir. No puedo existir, ni hablar, ni pensar. Porque la pulsión de muerte es corte, separación. Le es necesaria al infans para separase del cuerpo materno y nos es necesaria para pensar. Nuestro registro simbólico se sostiene en las pulsiones: corto, separo y formo, por la pulsión de vida, unidades cada vez más complejas. Por más sublime que sea nuestro pensamiento, siempre está sostenido por la pulsión, siempre es con ella que elaboramos las teorías más sofisticadas. Pensamos a partir de nuestras zonas erógenas, de los agujeros corporales que las pulsiones bordean o a partir de cualquier otra parte de nuestra anatomía, ya que zona erógena es una parte de la corporeidad marcada por el significante. La operación de la negación hace el resto del trabajo para que podamos tener o soportar, depende del caso, nuestro simbólico, o mejor dicho, la parte del simbólico que nos recibe al nacer y de la cual tendremos que apropiarnos.
Estamos más o menos familiarizados con la idea de que nuestro lugar en el mundo está en íntima relación con el deseo de nuestros padres, pero deseo y goce pulsional no son tan fáciles de delimitar. Hay una distribución del goce en cada familia –tomando la distribución del goce freudiano como el antecedente del plus de gozar lacaniano y hay variaciones históricas y culturales también‒ que le da su rasgo distintivo. Es necesario tener estas cuestiones en cuenta ya que nos puede ser de gran ayuda a la hora de trabajar con las nuevas formaciones familiares, donde aun siendo nuevas, se sigue regulando el goce y haciendo o no pasar el deseo. Desde el trabajo de Lacan titulado La Familia hasta “Dos notas sobre el niño” la preocupación por la trama que nos recibe se halla presente.
Es este simbólico el que se pone a funcionar en la dirección de la cura y su trabajo en la transferencia está regido por el saber inconsciente. Cada vuelta del saber, cada repetición que se juega en la transferencia implica una pérdida de goce, una pérdida del poder del saber y del significante que nos enferma, una pérdida de la dimensión gozante del superyó. Es a esa pérdida a la que apostamos, a restablecer el placer a expensas del goce que retorna en el síntoma. Una observación en relación al saber y el poder: cualquier otro que pretenda erigirse en ley es un impostor y anula o intenta anular lo que llamamos la castración simbólica, ya que solo la castración del Otro puede hacer advenir la ley. Por el solo hecho de hablar hay un goce que está interdicto y esta interdicción proviene del Otro castrado.
Se suele considerar a la pulsión como sinónimo de malestar al interferir sensiblemente con el equilibrio yoico y atentar contra su unidad en tanto que la tensión se plantea entre la parcialidad irreductible de la pulsión y el intento unificador y narcisista del yo.
¿Pero cómo podemos hablar de malestar sin hacer referencia a lo que entendemos como bienestar? Bien, bienestar, felicidad ¿son sinónimos? Lacan establece una interlocución y marca diferencias con Aristóteles sentando las bases de un cuestionamiento de la idea del Bien desde el psicoanálisis, mientras que en los textos freudianos nos encontramos con influencias, cruces y relaciones con autores como Jeremy Bentham y Thomas Hobbes. En nombre del bien común, o del bien para la mayoría, se han hecho desastres en al campo social. ¿De qué manera la idea que tengamos del bienestar nos puede llegar a interferir como un prejuicio en la conducción de la cura? Muchas veces lo que el sujeto considera su bien puede llevarlo a su destrucción. ¿De qué manera el bien cubre, obtura la dimensión ética del deseo?
Sigamos con las preguntas: ¿cuáles son las emociones o sentimientos que rigen mi relación con los otros? Sólo algunos de ellos ‒envidia, compasión, piedad‒ nos relacionan con los otros vía la identificación en tanto nos compadecemos de aquél que ha sufrido o sufre de algún mal que nos puede afectar, mientras que la envidia goza con el infortunio del otro.
Estos afectos, transformaciones de la pulsión, no destinos pulsionales, también hacen a una política y una política pública con relación a los pobres y los miserables. Es evidente que la pulsión está presente en el lazo social. Aún la envidia, en relación a la pulsión escópica y la mirada, tiene su lugar aunque a veces el resultado sea la destrucción del objeto. Aun así, la envidia es necesaria en la relación entre los hablantes. La manera en que se tramita el encuentro entre los significantes y el cuerpo, es decir el modo en que somos afectados por el lenguaje, dará como resultado la manera de hablar en cada momento del desarrollo de la sociedad.
Si siguen la lectura de estas clases en el orden de presentación ‒no necesario pero aconsejable‒ observarán las diferencias trabajadas entre el semejante, el prójimo, el otro y el Otro y lo trabajoso que es para el hablante instituir a ese otro como otro radicalmente diferente y no asimilable a los intereses del yo. Es fundamental que se instale la dimensión del otro para reconocer lo que la pulsión nos hace hacer y nos hacemos hacer teniendo a ese otro como soporte. Ese otro es un objeto o está en el lugar del Otro, pero no cualquier objeto ni el objeto en cualquier posición. Cada vez que hablamos, la gramática pulsional está puesta en juego. Delimitar el objeto que orienta la transferencia es una forma de trabajar con la pulsión. Es el fundamento de la dirección de la cura. Tener en cuenta que cada recorrido de la pulsión, cada tour pulsional implica una pérdida anotada como plus de goce, pérdida repetida porque ningún objeto puede satisfacer a la pulsión ni puede ir a llenar el lugar de la falta organizado por el falo.
Y aquí otra pregunta que se nos presentó más de una vez: ¿qué es primero, el significante o la pulsión? La primera repuesta es que si hay uno hay otro, no hay pulsión sin significante ni significante sin pulsión. Esta relación está trabajada más puntualmente en las dos últimas presentaciones, donde se trabaja por un lado una nueva formulación de la metáfora y por otro la importancia del objeto voz. La voz es la encargada de hacer resonar en el cuerpo, de hacer eco en nuestra corporeidad, eco del hecho que hay un decir. Esta es otra manera de hablar de la pulsión.
Entre lo íntimo y lo éxtimo es posible albergar a ese otro, albergar la diferencia que hay entre uno y el otro. Ese otro éxtimo presentifica un goce rechazado por mí. Por ese otro puedo tener noticia del goce que me vuelve en el síntoma y poner a mi servicio el goce de la palabra.
¿Hay una posibilidad, sin ser el amor de “los lirios del campo”, ni el amor de “todos nos queremos”, ni el “amaos los unos a los otros” ‒de la unidad narcisista‒, de una relación con el otro donde esta diferencia pueda sostenerse? ¿Hay alguna posibilidad de que la pulsión se convierta en nuestra aliada y no en una amenaza constante? ¿Podríamos perderle el miedo a su empuje y a su fuerza y usarla en nuestro favor?
A lo largo de estas clases van a encontrar respuestas a estas preguntas que consideramos fundamentales. Ellas orientarán la dirección de la cura apoyada en la transferencia. No hay una sola repuesta, y si se encuentra una, deberán estar atentos a los matices y singularidades. En advertir y conservar esos matices consiste nuestro saber hacer como analistas.
Marta Nardi